Voy a hacer referencia a un suceso enigmático del año 1962, con lo que sabiéndolo y si usted lo encuentra muy alejado en el tiempo, si quiere puede seguir haciendo otras cosas hasta que lo que cuento llegue algo más adelante y entonces, y si le apetece, se incorpora ya cuando esté hablando de cómo podría haber conocido personalmente a un señor amigo de un amigo mío, que trabajaba, me parece que como enterrador, en el Graceland Cemetery de Chicago.
Lo que les cuente de lo ocurrido con el “Kador” deben tomarlo con las reservas que aconseja saber que hablo de memoria, y que yo en la época no tenía edad como para tomar cuidadosos apuntes sobre lo que se leía en los periódicos de Bilbao, porque en general las noticias, como durante el pleistoceno, no eran muy distintas de un día para otro, y uno podía estar más o menos al tanto echando una ojeada a los diarios una vez al semestre: por ejemplo el 3 de enero de cada año y en el comienzo del verano.
De todos modos sí recuerdo el detalle de que fue un pesquero de Ondárroa, el “Artadi” el que se encontró en alta mar con el “Kador”, un langostero matriculado en Francia, sumergido prácticamente en vertical, y del que sólo sobresalían tres o cuatro metros de la proa sobre el agua.
Con enormes dificultades técnicas e intentando que el barco no se fuera del todo y para siempre al fondo, lo remolcaron hasta las proximidades de Zierbena, aproximadamente a 600 metros de la costa de Punta Lucero, y a unas tres millas de la bocana del puerto de Santurce.
Como el fondo allí no era de más de diez metros, solamente se podía seguir adelante con la maniobra si se conseguía hacer que el barco recuperase la horizontalidad. Y se logró después de tres días de maniobras con varios remolcadores. Finalmente el “Kador” fue arrastrado hasta la que era entonces la minúscula playa de Portugalete, donde después se levantó la Escuela de Náutica.
Las investigaciones de las autoridades de marina lejos de aclarar lo sucedido no hacían sino agigantar el misterio. No se encontró más que el cadáver de una persona atada en cubierta, y ni a nadie ni nada más. Era difícil imaginar que un barco de aquellas características pudiera salir a alta mar con un solo tripulante (al que alguien o alguienes habían atado boca abajo sobre la cubierta, por el cuello, los brazos y las piernas), y tampoco cabía contemplar que el resto de la tripulación hubiese abandonado el barco llevando consigo todos sus objetos personales, ya que en el “Kador” no había quedado nada a bordo que pudiera dar idea de que hubiese sido alguna vez una embarcación tripulada.
Sin que pueda añadir nada sustancial a lo que he dicho, el asunto para mí quedó primero en el misterio y después en el olvido, hasta que doce o trece año después, en “Bluesville”, un club de la calle Banderas de Vizcaya, conocí a una mujer en la que puse mucho interés y que, aunque ella nunca quiso decirme “sí”, ni claramente “no”, yo estaba convencido de que era la viuda del armador del barco misteriosamente naufragado.
Pasaron muchos años hasta que la pura casualidad, como casi siempre sucede, hiciera que nos cruzásemos Manu Aresti y yo algunos mensajes escritos que inicialmente significaban poco, y que a medida que fueron aumentando en frecuencia, también lo hicieron en contenido, afecto y confianza de uno en el otro.
No recuerdo, pero puedo preguntárselo, si entonces Manu aún trabajaba para la compañía de remolcadores Ibaizábal, o si como creo llevaba algunos meses jubilado. Diría que en los últimos treinta o más años, nunca he dado con nadie que recuerde el enigmático naufragio y hallazgo del langostero “Kador”, excepto con Manu que conoce tan bien ésa y otras historias.
Estando en América, y sin que nos hubiéramos visto antes, Aresti y yo nos cruzábamos correos electrónicos con comentarios personales sobre asuntos que sólo en algunos casos terminaban siendo recurrentes. Me recomendaba que volviera a escuchar a Marvin Gaye, y hasta me hacía llegar listas que él preparaba para Spotify, y me amenazaba con dejar de hablarme (de escribirme, entonces) si no era capaz de reconocer que nunca en mi vida había oído algo tan sugerente como “Sexual healing”. Yo le preguntaba por Ramiro Pinilla y si alguna vez se cruzaban paseando por Ereaga, o si se veían en el Casino en el bar de Koldo.
- De cuando en cuando. Tampoco creas que mucho.
Algún día, por lo que fuera, o le dije a Manu o él dedujo por las historias que contaba de mis asuntos y los alumnos en la Loyola University, que a pesar de que no hubiese perdido nunca del todo el contacto con Getxo y estuviera medianamente al tanto de las cosas de allí, hacía años que vivía fuera y que en la época estaba en Chicago la mayor parte del tiempo, y algunos meses en la casa de Madrid.
- ¡Vaya, hombre! Pues yo conozco a un gallego que trabaja en el cementerio. Podríais veros, ¿no?
Nunca llegamos a encontrarnos el amigo de Manu y yo. Hablamos algunas veces por teléfono y decíamos de vernos, pero tampoco terminábamos de concretar nada en ese aspecto. Tenía la sensación de que los dos nos sentíamos un poco comprometidos por las orientaciones de Manu en el sentido de que nos vendría muy bien conocernos por si algún día “necesitábamos algo”, como si en Chicago no fuese posible encontrar alguien que te echara una mano de no ser un paisano.
El amigo gallego, el del cementerio, trabajaba en el Graceland, que de los tres es el mayor y probablemente el más antiguo de la ciudad, pero eso no lo puedo asegurar. La verdad es que nunca me interesé por esa circunstancia.
Moncho, con quien por algún camino me puso en contacto Aresti, me envió al apartamento de Elm St. folletos del cementerio, en los que se presumía, como hacen en América a veces, de cuestiones como que allí estaba enterrado un hermano de Charles Dickens (que murió “pennyless”, sin un penique por lo visto), o Ernie Banks, un jugador de baseball que debió ser la pera, pero ya no (sepan disculpar mi broma tan idiota).
- … y si lo lees bien, neno, también tenemos aquí a Oscar Stanton de Priest, que fue el primer ciudadano de raza negra elegido para el Congreso en el siglo XX.
Tengo alguna foto del mausoleo de Potter y Bertha Palmer, que pensé en enviar a Manu a Algorta para que viera el nivelazo del cementerio en que trabaja su amigo el de Chicago. Pero nunca encuentro el momento de hacerlo.
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